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Teoría y análisis de los discursos literarios : estudios en homenaje al Profesor Ricardo Senabre Sempere

por CRESPO, Salvador

Libro
ISBN: 9788490121313

La calidad de la persona resulta también relevante para la enseñanza. El buen profesor posee siempre unos sólidos principios éticos que dirigen su conducta profesional. Don Ricardo es poco amigo de apartes y trapicheos, moneda de cambio habitual en nuestros claustros, jurados y redacciones. Tampoco huye de saborear con risas una anécdota, quizás contada a medias con Marcela. Tiene la justa rectitud de conducta de quien sabe ser independiente. Resulta difícil en el laberinto español poseer la suficiente fuerza moral para autoestimarse sin necesidad de halagos, o sustentar una personalidad estable cuyas manifestaciones, opiniones y juicios, no varíen según el interlocutor. Los estudiantes de Senabre aprendimos mediante el ejemplo de la necesidad de elaborar una opinión propia sobre los autores y las obras leídos, en vez de depender del momento, de la circunstancia, de la conveniencia. El humor, muchas veces revestido de ironía, pautaba el ritmo de la enseñanza y la hacía gustosa.
Qué decir de la sabiduría del maestro Senabre. Recuerdo estar sentado en la biblioteca de Anaya, y verlo entrar con paso decidido camino de los estantes vedados a los estudiantes, y salir al poco con un montón de volúmenes. Serían de hispanistas extranjeros, cuyos nombres aprendimos enseguida, Marcel Bataillon, María Rosa Lida, o de nuestros Alonso, Amado y Dámaso, de Rafael Lapesa, de los grandes maestros de la filología española, la fuente primera y básica donde aprendíamos todos, los profesores de manera directa y los alumnos de forma indirecta. Algún veterano catedrático permanecía varado en las ideas de Marcelino Menéndez Pelayo, y nos pedía memorizar las páginas eruditas del polígrafo santanderino. En cambio, los conocimientos gramaticales y filológicos constituían la base y el ancla del saber de don Ricardo. Por eso, no valía esconderse en los exámenes, porque las palabras, las frases empleadas para responder a las cuestiones, debían mostrar que sabíamos expresarnos y exhibir los conocimientos suficientes para comentar un texto. La memorización de las fechas, los títulos, servía sólo para mostrar la cortesía del aprendiz.
A estas alturas resulta difícil separar las grandes facetas de la labor profesional del maestro de Salamanca: la de investigador y filólogo, la de teórico de la literatura y la de crítico literario. Las tres revelan las características mencionadas, la intensidad del empeño, su independencia de criterio y la agudeza del juicio crítico. Basta leer alguna de sus espléndidas ediciones, de José Zorrilla, Traidor, inconfeso y mártir, de Ramón María del Valle-Inclán, Martes de Carnaval, de Pío Baroja, Zalacaín el aventurero, para advertir la excelencia del empeño, que supera la mera edición de un texto. Al resumen de lo dicho por otros sobre el texto, la anotación rigurosa y la presentación de un texto limpio, la acompaña en cada una de las ediciones de Senabre una innovadora lectura crítica del texto. El filólogo se alía con el crítico en la tarea de análisis. Y otra lección permanente que se deriva de sus escritos: que la literatura carece de límites genéricos o temporales. Don Ricardo ha escrito estudios importantes sobre la poesía del Renacimiento (Fray Luis de León y Herrera), y del Siglo de Oro (Quevedo, Góngora) del pasado siglo XX (Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Alberti, Blas de Otero, entre muchos); de narrativa, desde el Lazarillo y el Quijote, para luego pasar por los autores del realismo, llegando a través de Camilo José Cela y Francisco Ayala hasta nuestras últimas voces; lo mismo hizo con el teatro y con el ensayo. Una mención especial merece su libro Lengua y estilo de Ortega y Gasset (1964), sin duda uno de los estudios capitales publicado por un crítico académico en España.
En su faceta como teórico de la literatura se ha ocupado de una serie de campos temáticos, principalmente el de la lectura y el de la comunicación literaria en general. Junto a las importantes publicaciones de tipo didáctico, tiene estudios monográficos. Mi libro preferido, Metáfora y novela (2005), y lo adjetivo así porque admiro en él esa mezcla de la voz profesoral que nos habla desde la página enunciando sustanciosos análisis críticos, que lo han convertido en un clásico. Allí se puede aprender sobre la novela española actual, o explorar el papel de lector,
o revisar la manera en que se incorpora la mujer a la temática narrativa. También presenta la riqueza del cine, de la imagen fílmica, que compite con la literaria. Subraya asimismo la importancia del entorno digital. Además nos enseña a interpretar la novela, partiendo del contexto en que se inserta el texto, el posterior análisis detenido del mismo, todo ello dirigido a que apreciemos la riqueza estética del mismo. Este volumen nació de unos seminarios ofrecidos en el Graduate Center de la Universidad de la ciudad de Nueva York y la Cátedra Miguel Delibes. Al maestro no se le puede quitar su calidad de profesor, ni reducir a éste a la de crítico.
Aunque la ocasión exige brevedad, no puedo pasar por alto la crítica semanal que sobre literatura, primordialmente novela, ha venido publicando en diversos suplementos literarios, como ABC Cultural y El Cultural de El Mundo. Suman más de mil reseñas, donde ha pasado revista a los grandes novelistas de nuestro tiempo. Nadie, y lo repito, nadie en el panorama español ha actuado con la independencia y la firmeza de criterio de Senabre. Autores famosos han sentido cómo la palabra crítica entraba en sus textos, y mostraba el barro con que estaban hechos ciertos ídolos comerciales. Otros, en cambio, quizás redactando sus textos en la modestia provinciana fueron ensalzados, su tarea iluminada, y clasificada entre las mejores. Como hiciera antes que él Leopoldo Alas Clarín, ha sabido ser un vigía de la calidad literaria de nuestra novela actual, exigiendo de los autores al menos dos cosas, un buen estilo y una trama que revele algo de la sociedad. Si encontraba en su camino una novela donde la riqueza del texto provenía del encaje verbal también la supo apreciar.
Termino estas palabras diciendo algo sabido, que su tarea ha sido reconocida con múltiples honores, tanto la labor pedagógica como la de gestión, principalmente en la Universidad de Extremadura, su casa académica durante un tiempo. Cuenta con reconocimientos tan importantes como la medalla de Oro de la Junta de Extremadura y la medalla de Honor de la Universidad Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander, que premió su labor de investigador y la de sabio de la literatura. Su participación en numerosos premios literarios, pienso en el Príncipe de Asturias de la Comunicación y Humanidades, testimonia asimismo el reconocimiento social de su labor.
Escuché por última vez al maestro Senabre durante la inauguración del Instituto Cervantes de Utrecht. Su lección versó sobre El Quijote. Me di cuenta entonces de lo mucho que añoraba sus clases magistrales, donde aprendí de la historia de la lengua española a través de los inmortales textos castellanos. Todas las voces, las de quienes participan en este homenaje, concuerdan en el mismo juicio: Ricardo Senabre es uno de nuestros filólogos más exigentes, que ha sabido adaptarse a las técnicas y la reflexión formal que exige la disciplina de la teoría literaria, y a llevar semana tras semana su crítica literaria al público lector. Este homenaje resulta una forma de darle las gracias por su magisterio ejemplar.

ESCUCHÉ POR PRIMERA VEZ al profesor Ricardo Senabre en las postrimerías de los años sesenta, pasados ya los años grises de la vida nacional. Fue en un aula del Palacio de Anaya, de la Facultad de Letras de la Universidad de Salamanca, donde nos congregamos unos cuarenta alumnos para asistir a una clase de historia externa de la lengua española. A los cinco minutos todos sabíamos que estábamos ante un maestro, y los apuntes tomados al vuelo testimoniaban un deseo común de preservar sus ideas. Este hombre joven, vestido con la propiedad de quien respeta su oficio, consiguió enseguida que nos centráramos en el aprendizaje de la materia. Su presencia llenaba el aula, y durante una hora y media estuvimos pendientes de la lección. Un maestro sabe trasladar al estudiante la información necesaria y, si dispone de unas aptas maneras pedagógicas, presentarla con gusto y rigor. Un gran maestro sabe además estar presente de cuerpo y espíritu en el aula, y sus ideas crean de inmediato un vínculo de conciencia con los oyentes. Mientras el verbo preciso concilia los conocimientos con la expresión inteligente, los oyentes sienten la urgencia de conectar con esa conciencia que experimenta la disciplina con una imperiosa llamada vocacional. Quienes han escuchado una clase, una conferencia o una simple charla, del maestro Senabre, saben de esa intensidad magisterial de que hablo.

Bibliografía de Ricardo Senabre Sempere (11)
PRESENTACIÓNGermán Gullón: Ricardo Senabre, un magisterio ejemplar (27)
ESTUDIOS)
Francisco Abad Nebot: Toledo como ciudad de los liberales (con varias ilustraciones léxicas) (33)
Tomás Albaladejo: Memoria y olvido en Elias Canetti: la lengua en la autobiografía (41)
Pedro Aullón de Haro: La teoría idealista de los géneros literarios (49)
Enrique Baena: Tragedia y culpa. (Una cala actual de endopoética). (59)
Túa Blesa: Libro abierto: Libro cerrado (69)
M.ª Pilar Celma Valero: Juan Pedro Aparicio y la búsqueda de un nuevo espacionarrativo: del cuento al microrrelato (77)
Salvador Crespo Matellán: De Juan José a Pepito: Parodia, Metateatro eIntertextualidad. (85)
Antonio Chicharro: Antonio Machado y el monólogo: «Sobre el teatro al uso» y «Poema de un día (Meditaciones rurales)» (95)
Francisco Chico Rico: Retórica, comunicación y teatro: sobre la actio o pronuntiatio en el marco de la teoría retórica ilustrada. (109)
Francisco Javier Díez de Revenga: Más sobre la formación de Miguel Hernández (119)
Luciano G. Egido: El tigre de fray Luis. (127)
Celia Fernández Prieto: Figuras de lo humano en las Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja (135)
Antonio García Berrio: Aspectos de la modernidad contemporánea: «Caosmos» de Antón Patiño (143)
Luciano García Lorenzo: Más allá de la Metaliteratura: en torno a «La dama boba» de Paloma Díaz-Mas (153)
M.ª Luisa García-Nieto Onrubia: En torno a El empleado de Enrique Azcoaga (159)
José Manuel González Calvo: El galicismo en el Fray Gerundio de Campazas (163)
Manuel González de Ávila: Ciencia, literatura y pseudocultura. En torno a U. Eco, El péndulo de Foucault (171)
Francisco Gutiérrez Carbajo: Ética y literatura: Las virtudes (179)
M.ª Ángeles Hermosilla Álvarez: La voz femenina en la lírica española actual (187)
José Antonio Hernández Guerrero: Estética, retórica y poética (197)
Teresa Hernández: Carlos Ruiz Zafón: el alquimista impaciente (203)
M.ª Isabel Jiménez Morales: Los proyectos narrativos de Salvador Rueda: las novelas que nunca escribió (211)
Miguel Ángel Lama: Escritura, lectura y soledad en El señor de Bembibre de Gil y Carrasco (219)
M.ª Isabel López Martínez: Antecedentes clásicos de la poética de las ruinas (227)
José Enrique Martínez: «Paso a paso», un poema de Blas de Otero (235)
Juan Montero y José Solís de los Santos: Otra lectura de la epístola de Pedro Vélez de Guevara a Fernando de Herrera (243)
Rosa Navarro Durán: Juegos literarios a tres bandas (251)
Eugenio G. de Nora: Sobre la interpretación de un poema de García Lorca (261)
Marta Palenque: El librero Gregorio Pueyo, personaje en El dolor de llegar de Emilio Carrere (263)
Isabel Paraíso: Cláusulas: entre 1 y 7 sílabas (271)
José Antonio Pérez Bowie: José Miguel Ullán o el grado cero de la escritura poética (una lectura de «Ficciones») (281)
Gonzalo Pontón: El motivo de la mirada en la literatura del holocausto (295)
Genara Pulido Tirado: Los estudios subalternos latinoamericanos: literatura, política e historia en el marco de una nueva teoría epistémica (303)
Manuel J. Ramos Ortega: Construcción y sentido en las novelas de Luciano G. Egido (311)
Alfonso Rey: El título del Buscón: problemas textuales y aspectos literarios (323)
Ascensión Rivas Hernández: Personajes (muy) barojianos en dos novelas crepusculares: Susana y los cazadores de moscas (1938) y Laura o La soledad sin remedio (1939) (331)
Domingo Ródenas de Moya: Dos cartas de Miguel de Unamuno a)
Antonio Marichalar (341)
M.ª José Rodríguez Sánchez de León: Mímesis costumbrista y modus narrandi en la prensa de la Ilustración (349)
M.ª Isabel Román Gutiérrez: El tema del honor y la renovación teatral española entre los siglos XIX y XX: Echegaray, Galdós y Valle-Inclán (359)
Leonardo Romero Tobar: Goya, tema lírico en la poesía última (367)
Rosa Romojaro: Fundamentos simbólicos en la poesía de Manuel Altolaguirre (373)
Ainoa Sáenz de Zaitegui: El progreso del Libertino: Poéticas del epicureísmo en A Satire against Reason and Mankind de John Wilmot (385)
Antonio Salvador Plans: Los lenguajes especiales en las letrillas sacras gongorinas (393)
Antonio Sánchez Trigueros: Un capítulo de la historia del concepto de literatura: el discurso contra el sujeto (401)
Javier Sánchez Zapatero: El compromiso antibelicista en la narrativa española sobre la guerra de Marruecos: a propósito de El blocao e Imán (409)
Domingo Sánchez-Mesa Martínez: Oscilando sobre el cable, Vila-Matas y la escritura funambulista (417)
Enrique Santos Unamuno: De la imagología a los Imagenation Studies: prolegómenos de una propuesta teórica (425)
Adolfo Sotelo Vázquez: Acerca del canon de la novela española de principios del siglo XX (433)
Gregorio Torres Nebrera: El exilio en perspectiva irónica: un ejemplo de Max Aub (443)
Jorge Urrutia: Tecnología de la literatura (451)
María José Vega: El animal que llora: una nota sobre la recepción de Plinio en la literatura del Renacimiento (457)
Sultana Wahnón: Platón, intérprete de Simónides. Sobre la hermenéutica literaria del Protágoras (465)
Pablo Zambrano Carballo: El canon europeo en la teoría cultural de T. S. Eliot (473)
EPÍLOGO)
David Senabre López: La ciudad en la cultura. Diálogo permanente. (A mi padre Ricardo Senabre Sempere) (481)
CREACIONES LITERARIAS)
Fray Josepho: El mejor de todos (491)
Pureza Canelo: Brevedad es todo (493)
Diego Doncel: Limonada y pastillas (497)
Rufino Félix Morillón: Recordatorio (499)
Eugenio Fuentes: Palabra de época (501)
Luis García Montero: El profesor (503)
Alonso Guerrero: El gran público (505)
Jesús Hilario Tundidor: Sol Púnico (511)
José Manuel Marrero Henríquez: Tres de cal (513)
José María Merino: El meteorito (517)
Moisés Pascual Pozas: El lacero (523)
Antonio Pereira: Días de diario (529)
Nicanor Puntoso Caña: Un lamentable error. La «Casuística de barbarismos» de Jorge Márquez (533)
Agustín Salgado: Del color de la lluvia (541)
Lorenzo Silva: Llega la Náyade (549)
Jenaro Talens: El paso cambiado de las cigüeñas (555)
Manuel Talens: El jardinero intermitente (557)
Javier Tomeo: Sherlock Holmes y la literatura (561)
Álvaro Valverde: A modo de poética (563)
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La calidad de la persona resulta también relevante para la enseñanza. El buen profesor posee siempre unos sólidos principios éticos que dirigen su conducta profesional. Don Ricardo es poco amigo de apartes y trapicheos, moneda de cambio habitual en nuestros claustros, jurados y redacciones. Tampoco huye de saborear con risas una anécdota, quizás contada a medias con Marcela. Tiene la justa rectitud de conducta de quien sabe ser independiente. Resulta difícil en el laberinto español poseer la suficiente fuerza moral para autoestimarse sin necesidad de halagos, o sustentar una personalidad estable cuyas manifestaciones, opiniones y juicios, no varíen según el interlocutor. Los estudiantes de Senabre aprendimos mediante el ejemplo de la necesidad de elaborar una opinión propia sobre los autores y las obras leídos, en vez de depender del momento, de la circunstancia, de la conveniencia. El humor, muchas veces revestido de ironía, pautaba el ritmo de la enseñanza y la hacía gustosa.
Qué decir de la sabiduría del maestro Senabre. Recuerdo estar sentado en la biblioteca de Anaya, y verlo entrar con paso decidido camino de los estantes vedados a los estudiantes, y salir al poco con un montón de volúmenes. Serían de hispanistas extranjeros, cuyos nombres aprendimos enseguida, Marcel Bataillon, María Rosa Lida, o de nuestros Alonso, Amado y Dámaso, de Rafael Lapesa, de los grandes maestros de la filología española, la fuente primera y básica donde aprendíamos todos, los profesores de manera directa y los alumnos de forma indirecta. Algún veterano catedrático permanecía varado en las ideas de Marcelino Menéndez Pelayo, y nos pedía memorizar las páginas eruditas del polígrafo santanderino. En cambio, los conocimientos gramaticales y filológicos constituían la base y el ancla del saber de don Ricardo. Por eso, no valía esconderse en los exámenes, porque las palabras, las frases empleadas para responder a las cuestiones, debían mostrar que sabíamos expresarnos y exhibir los conocimientos suficientes para comentar un texto. La memorización de las fechas, los títulos, servía sólo para mostrar la cortesía del aprendiz.
A estas alturas resulta difícil separar las grandes facetas de la labor profesional del maestro de Salamanca: la de investigador y filólogo, la de teórico de la literatura y la de crítico literario. Las tres revelan las características mencionadas, la intensidad del empeño, su independencia de criterio y la agudeza del juicio crítico. Basta leer alguna de sus espléndidas ediciones, de José Zorrilla, Traidor, inconfeso y mártir, de Ramón María del Valle-Inclán, Martes de Carnaval, de Pío Baroja, Zalacaín el aventurero, para advertir la excelencia del empeño, que supera la mera edición de un texto. Al resumen de lo dicho por otros sobre el texto, la anotación rigurosa y la presentación de un texto limpio, la acompaña en cada una de las ediciones de Senabre una innovadora lectura crítica del texto. El filólogo se alía con el crítico en la tarea de análisis. Y otra lección permanente que se deriva de sus escritos: que la literatura carece de límites genéricos o temporales. Don Ricardo ha escrito estudios importantes sobre la poesía del Renacimiento (Fray Luis de León y Herrera), y del Siglo de Oro (Quevedo, Góngora) del pasado siglo XX (Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Alberti, Blas de Otero, entre muchos); de narrativa, desde el Lazarillo y el Quijote, para luego pasar por los autores del realismo, llegando a través de Camilo José Cela y Francisco Ayala hasta nuestras últimas voces; lo mismo hizo con el teatro y con el ensayo. Una mención especial merece su libro Lengua y estilo de Ortega y Gasset (1964), sin duda uno de los estudios capitales publicado por un crítico académico en España.
En su faceta como teórico de la literatura se ha ocupado de una serie de campos temáticos, principalmente el de la lectura y el de la comunicación literaria en general. Junto a las importantes publicaciones de tipo didáctico, tiene estudios monográficos. Mi libro preferido, Metáfora y novela (2005), y lo adjetivo así porque admiro en él esa mezcla de la voz profesoral que nos habla desde la página enunciando sustanciosos análisis críticos, que lo han convertido en un clásico. Allí se puede aprender sobre la novela española actual, o explorar el papel de lector,
o revisar la manera en que se incorpora la mujer a la temática narrativa. También presenta la riqueza del cine, de la imagen fílmica, que compite con la literaria. Subraya asimismo la importancia del entorno digital. Además nos enseña a interpretar la novela, partiendo del contexto en que se inserta el texto, el posterior análisis detenido del mismo, todo ello dirigido a que apreciemos la riqueza estética del mismo. Este volumen nació de unos seminarios ofrecidos en el Graduate Center de la Universidad de la ciudad de Nueva York y la Cátedra Miguel Delibes. Al maestro no se le puede quitar su calidad de profesor, ni reducir a éste a la de crítico.
Aunque la ocasión exige brevedad, no puedo pasar por alto la crítica semanal que sobre literatura, primordialmente novela, ha venido publicando en diversos suplementos literarios, como ABC Cultural y El Cultural de El Mundo. Suman más de mil reseñas, donde ha pasado revista a los grandes novelistas de nuestro tiempo. Nadie, y lo repito, nadie en el panorama español ha actuado con la independencia y la firmeza de criterio de Senabre. Autores famosos han sentido cómo la palabra crítica entraba en sus textos, y mostraba el barro con que estaban hechos ciertos ídolos comerciales. Otros, en cambio, quizás redactando sus textos en la modestia provinciana fueron ensalzados, su tarea iluminada, y clasificada entre las mejores. Como hiciera antes que él Leopoldo Alas Clarín, ha sabido ser un vigía de la calidad literaria de nuestra novela actual, exigiendo de los autores al menos dos cosas, un buen estilo y una trama que revele algo de la sociedad. Si encontraba en su camino una novela donde la riqueza del texto provenía del encaje verbal también la supo apreciar.
Termino estas palabras diciendo algo sabido, que su tarea ha sido reconocida con múltiples honores, tanto la labor pedagógica como la de gestión, principalmente en la Universidad de Extremadura, su casa académica durante un tiempo. Cuenta con reconocimientos tan importantes como la medalla de Oro de la Junta de Extremadura y la medalla de Honor de la Universidad Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander, que premió su labor de investigador y la de sabio de la literatura. Su participación en numerosos premios literarios, pienso en el Príncipe de Asturias de la Comunicación y Humanidades, testimonia asimismo el reconocimiento social de su labor.
Escuché por última vez al maestro Senabre durante la inauguración del Instituto Cervantes de Utrecht. Su lección versó sobre El Quijote. Me di cuenta entonces de lo mucho que añoraba sus clases magistrales, donde aprendí de la historia de la lengua española a través de los inmortales textos castellanos. Todas las voces, las de quienes participan en este homenaje, concuerdan en el mismo juicio: Ricardo Senabre es uno de nuestros filólogos más exigentes, que ha sabido adaptarse a las técnicas y la reflexión formal que exige la disciplina de la teoría literaria, y a llevar semana tras semana su crítica literaria al público lector. Este homenaje resulta una forma de darle las gracias por su magisterio ejemplar.

ESCUCHÉ POR PRIMERA VEZ al profesor Ricardo Senabre en las postrimerías de los años sesenta, pasados ya los años grises de la vida nacional. Fue en un aula del Palacio de Anaya, de la Facultad de Letras de la Universidad de Salamanca, donde nos congregamos unos cuarenta alumnos para asistir a una clase de historia externa de la lengua española. A los cinco minutos todos sabíamos que estábamos ante un maestro, y los apuntes tomados al vuelo testimoniaban un deseo común de preservar sus ideas. Este hombre joven, vestido con la propiedad de quien respeta su oficio, consiguió enseguida que nos centráramos en el aprendizaje de la materia. Su presencia llenaba el aula, y durante una hora y media estuvimos pendientes de la lección. Un maestro sabe trasladar al estudiante la información necesaria y, si dispone de unas aptas maneras pedagógicas, presentarla con gusto y rigor. Un gran maestro sabe además estar presente de cuerpo y espíritu en el aula, y sus ideas crean de inmediato un vínculo de conciencia con los oyentes. Mientras el verbo preciso concilia los conocimientos con la expresión inteligente, los oyentes sienten la urgencia de conectar con esa conciencia que experimenta la disciplina con una imperiosa llamada vocacional. Quienes han escuchado una clase, una conferencia o una simple charla, del maestro Senabre, saben de esa intensidad magisterial de que hablo.

Bibliografía de Ricardo Senabre Sempere (11)
PRESENTACIÓNGermán Gullón: Ricardo Senabre, un magisterio ejemplar (27)
ESTUDIOS)
Francisco Abad Nebot: Toledo como ciudad de los liberales (con varias ilustraciones léxicas) (33)
Tomás Albaladejo: Memoria y olvido en Elias Canetti: la lengua en la autobiografía (41)
Pedro Aullón de Haro: La teoría idealista de los géneros literarios (49)
Enrique Baena: Tragedia y culpa. (Una cala actual de endopoética). (59)
Túa Blesa: Libro abierto: Libro cerrado (69)
M.ª Pilar Celma Valero: Juan Pedro Aparicio y la búsqueda de un nuevo espacionarrativo: del cuento al microrrelato (77)
Salvador Crespo Matellán: De Juan José a Pepito: Parodia, Metateatro eIntertextualidad. (85)
Antonio Chicharro: Antonio Machado y el monólogo: «Sobre el teatro al uso» y «Poema de un día (Meditaciones rurales)» (95)
Francisco Chico Rico: Retórica, comunicación y teatro: sobre la actio o pronuntiatio en el marco de la teoría retórica ilustrada. (109)
Francisco Javier Díez de Revenga: Más sobre la formación de Miguel Hernández (119)
Luciano G. Egido: El tigre de fray Luis. (127)
Celia Fernández Prieto: Figuras de lo humano en las Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja (135)
Antonio García Berrio: Aspectos de la modernidad contemporánea: «Caosmos» de Antón Patiño (143)
Luciano García Lorenzo: Más allá de la Metaliteratura: en torno a «La dama boba» de Paloma Díaz-Mas (153)
M.ª Luisa García-Nieto Onrubia: En torno a El empleado de Enrique Azcoaga (159)
José Manuel González Calvo: El galicismo en el Fray Gerundio de Campazas (163)
Manuel González de Ávila: Ciencia, literatura y pseudocultura. En torno a U. Eco, El péndulo de Foucault (171)
Francisco Gutiérrez Carbajo: Ética y literatura: Las virtudes (179)
M.ª Ángeles Hermosilla Álvarez: La voz femenina en la lírica española actual (187)
José Antonio Hernández Guerrero: Estética, retórica y poética (197)
Teresa Hernández: Carlos Ruiz Zafón: el alquimista impaciente (203)
M.ª Isabel Jiménez Morales: Los proyectos narrativos de Salvador Rueda: las novelas que nunca escribió (211)
Miguel Ángel Lama: Escritura, lectura y soledad en El señor de Bembibre de Gil y Carrasco (219)
M.ª Isabel López Martínez: Antecedentes clásicos de la poética de las ruinas (227)
José Enrique Martínez: «Paso a paso», un poema de Blas de Otero (235)
Juan Montero y José Solís de los Santos: Otra lectura de la epístola de Pedro Vélez de Guevara a Fernando de Herrera (243)
Rosa Navarro Durán: Juegos literarios a tres bandas (251)
Eugenio G. de Nora: Sobre la interpretación de un poema de García Lorca (261)
Marta Palenque: El librero Gregorio Pueyo, personaje en El dolor de llegar de Emilio Carrere (263)
Isabel Paraíso: Cláusulas: entre 1 y 7 sílabas (271)
José Antonio Pérez Bowie: José Miguel Ullán o el grado cero de la escritura poética (una lectura de «Ficciones») (281)
Gonzalo Pontón: El motivo de la mirada en la literatura del holocausto (295)
Genara Pulido Tirado: Los estudios subalternos latinoamericanos: literatura, política e historia en el marco de una nueva teoría epistémica (303)
Manuel J. Ramos Ortega: Construcción y sentido en las novelas de Luciano G. Egido (311)
Alfonso Rey: El título del Buscón: problemas textuales y aspectos literarios (323)
Ascensión Rivas Hernández: Personajes (muy) barojianos en dos novelas crepusculares: Susana y los cazadores de moscas (1938) y Laura o La soledad sin remedio (1939) (331)
Domingo Ródenas de Moya: Dos cartas de Miguel de Unamuno a)
Antonio Marichalar (341)
M.ª José Rodríguez Sánchez de León: Mímesis costumbrista y modus narrandi en la prensa de la Ilustración (349)
M.ª Isabel Román Gutiérrez: El tema del honor y la renovación teatral española entre los siglos XIX y XX: Echegaray, Galdós y Valle-Inclán (359)
Leonardo Romero Tobar: Goya, tema lírico en la poesía última (367)
Rosa Romojaro: Fundamentos simbólicos en la poesía de Manuel Altolaguirre (373)
Ainoa Sáenz de Zaitegui: El progreso del Libertino: Poéticas del epicureísmo en A Satire against Reason and Mankind de John Wilmot (385)
Antonio Salvador Plans: Los lenguajes especiales en las letrillas sacras gongorinas (393)
Antonio Sánchez Trigueros: Un capítulo de la historia del concepto de literatura: el discurso contra el sujeto (401)
Javier Sánchez Zapatero: El compromiso antibelicista en la narrativa española sobre la guerra de Marruecos: a propósito de El blocao e Imán (409)
Domingo Sánchez-Mesa Martínez: Oscilando sobre el cable, Vila-Matas y la escritura funambulista (417)
Enrique Santos Unamuno: De la imagología a los Imagenation Studies: prolegómenos de una propuesta teórica (425)
Adolfo Sotelo Vázquez: Acerca del canon de la novela española de principios del siglo XX (433)
Gregorio Torres Nebrera: El exilio en perspectiva irónica: un ejemplo de Max Aub (443)
Jorge Urrutia: Tecnología de la literatura (451)
María José Vega: El animal que llora: una nota sobre la recepción de Plinio en la literatura del Renacimiento (457)
Sultana Wahnón: Platón, intérprete de Simónides. Sobre la hermenéutica literaria del Protágoras (465)
Pablo Zambrano Carballo: El canon europeo en la teoría cultural de T. S. Eliot (473)
EPÍLOGO)
David Senabre López: La ciudad en la cultura. Diálogo permanente. (A mi padre Ricardo Senabre Sempere) (481)
CREACIONES LITERARIAS)
Fray Josepho: El mejor de todos (491)
Pureza Canelo: Brevedad es todo (493)
Diego Doncel: Limonada y pastillas (497)
Rufino Félix Morillón: Recordatorio (499)
Eugenio Fuentes: Palabra de época (501)
Luis García Montero: El profesor (503)
Alonso Guerrero: El gran público (505)
Jesús Hilario Tundidor: Sol Púnico (511)
José Manuel Marrero Henríquez: Tres de cal (513)
José María Merino: El meteorito (517)
Moisés Pascual Pozas: El lacero (523)
Antonio Pereira: Días de diario (529)
Nicanor Puntoso Caña: Un lamentable error. La «Casuística de barbarismos» de Jorge Márquez (533)
Agustín Salgado: Del color de la lluvia (541)
Lorenzo Silva: Llega la Náyade (549)
Jenaro Talens: El paso cambiado de las cigüeñas (555)
Manuel Talens: El jardinero intermitente (557)
Javier Tomeo: Sherlock Holmes y la literatura (561)
Álvaro Valverde: A modo de poética (563)
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