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Historia y memoria en torno a los conflictos civiles del siglo XX

por Gómez Díez, Francisco Javier

Libro
ISBN: 9788416552740

Es evidente que la memoria es cruelmente selectiva y pragmática, consiste en elegir, renuncia y olvidar. No es una fotografía, ni un informe, ni un acta notarial. Es el registro de experiencias personales. Responden a la necesidad de justificarse, dotando de coherencia nuestro pasado de tal forma que nos permita soportar fracasos y enjugar pecados. Es además algo absolutamente personal; los sujetos colectivos no tienen memoria. Cuando los políticos construyen “memoria histórica” buscan otra cosa. En el mejor de los casos, construir una identidad y, en el peor, conseguir réditos electorales, aprovechándose, además, de que no están jugando con recuerdos de los protagonistas sino con lo que de éstos “recuerdan” los que sólo han oído hablar de esos tiempos.
La Historia es otra cosa. No pretende legitimar, ni movilizar, ni moralizar, ni justificar; busca, en un esfuerzo de permanente aproximación, comprender, cuestionar y someter a crítica. Por una parte, es colectiva y, por otra, requiere de cada individuo un esfuerzo intelectual, nos acerca realmente al pasado y nos aleja de toda emotividad sobre él. Por todo eso es garantía de libertad.
Carlos Romero realiza una reflexión teórica sobre el significado de la memoria histórica. Partiendo de las paradojas sobre las que se sustenta —la condición supuestamente colectiva de la memoria y su carácter no personal, pues se habla de una memoria a largo plazo, una memoria que trasciende la experiencia de una sola generación—, profundiza un análisis en torno a qué entendemos por memoria histórica, su relación con la verdad, su constitución y las implicaciones políticas de convertir la historia en una gran caso judicial.
Rodrigo Ruiz Velasco Barba nos ofrece una lectura distinta, pero íntimamente relacionada con el tema general del volumen porque cabe establecer un clarísimo paralelismo entre la memoria histórica, como construcción política, y la lectura que de un conflicto que, en principio, les es ajeno, realizan partidos y corrientes ideológicas extranjeras. En este caso, el mundo político mexicano se involucra en la Guerra Civil española.
Carlos Sabino se pregunta por la forma en la que se ha releído el conflicto civil en Guatemala, afirmando que predomina sobre éste una visión tergiversada que, frente a lo postulado, dificulta la reconciliación nacional.
Por último, Javier Cervera analiza los debates que sobre la ley de memoria histórica tuvieron lugar en las Cortes españolas, afirmando algo sin duda espeluznante: nuestra clase política no sólo no sabe historia, sino que le importa muy poco su propia ignorancia.


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Es evidente que la memoria es cruelmente selectiva y pragmática, consiste en elegir, renuncia y olvidar. No es una fotografía, ni un informe, ni un acta notarial. Es el registro de experiencias personales. Responden a la necesidad de justificarse, dotando de coherencia nuestro pasado de tal forma que nos permita soportar fracasos y enjugar pecados. Es además algo absolutamente personal; los sujetos colectivos no tienen memoria. Cuando los políticos construyen “memoria histórica” buscan otra cosa. En el mejor de los casos, construir una identidad y, en el peor, conseguir réditos electorales, aprovechándose, además, de que no están jugando con recuerdos de los protagonistas sino con lo que de éstos “recuerdan” los que sólo han oído hablar de esos tiempos.
La Historia es otra cosa. No pretende legitimar, ni movilizar, ni moralizar, ni justificar; busca, en un esfuerzo de permanente aproximación, comprender, cuestionar y someter a crítica. Por una parte, es colectiva y, por otra, requiere de cada individuo un esfuerzo intelectual, nos acerca realmente al pasado y nos aleja de toda emotividad sobre él. Por todo eso es garantía de libertad.
Carlos Romero realiza una reflexión teórica sobre el significado de la memoria histórica. Partiendo de las paradojas sobre las que se sustenta —la condición supuestamente colectiva de la memoria y su carácter no personal, pues se habla de una memoria a largo plazo, una memoria que trasciende la experiencia de una sola generación—, profundiza un análisis en torno a qué entendemos por memoria histórica, su relación con la verdad, su constitución y las implicaciones políticas de convertir la historia en una gran caso judicial.
Rodrigo Ruiz Velasco Barba nos ofrece una lectura distinta, pero íntimamente relacionada con el tema general del volumen porque cabe establecer un clarísimo paralelismo entre la memoria histórica, como construcción política, y la lectura que de un conflicto que, en principio, les es ajeno, realizan partidos y corrientes ideológicas extranjeras. En este caso, el mundo político mexicano se involucra en la Guerra Civil española.
Carlos Sabino se pregunta por la forma en la que se ha releído el conflicto civil en Guatemala, afirmando que predomina sobre éste una visión tergiversada que, frente a lo postulado, dificulta la reconciliación nacional.
Por último, Javier Cervera analiza los debates que sobre la ley de memoria histórica tuvieron lugar en las Cortes españolas, afirmando algo sin duda espeluznante: nuestra clase política no sólo no sabe historia, sino que le importa muy poco su propia ignorancia.


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