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Hegel y el reino del espíritu

por Cerezo Galán, Pedro

Libro
ISBN: 9788433862600

Los diversos estudios recogidos en este volumen bajo el título Hegel y el reino del espíritu se polarizan en el núcleo central del pensamiento especulativo de Hegel, donde se integra la doble tradición filosófica del sustancialismo griego y la subjetividad moderna, mediadas por el cristianismo de la Reforma. Hegel representa, pues, el lugar de consumación de la historia de la metafísica occidental, cerrando la línea axial de desarrollo AristótelesLeibnizidealismo alemán, al acuñar de modo definitivo la relación ontológica del fundamento la “ontoteología”, como la ha llamado Heidegger, donde se lleva a cabo la reconciliación en el tiempo entre lo infinito y lo finito. El nombre propio de esta enorme empresa intelectual es precisamente reino del espíritu. La palabra “espíritu” nos resulta hoy devaluada, tanto por su abuso retórico en contextos idealistas como por la actitud desdeñosa de casi dos siglos de materialismo, positivismo y utilitarismo, fundidos con frecuencia en una política pragmática de la eficiencia. Pero el espíritu no es una abstracción exangüe, como ha pretendido hacernos creer la filosofía materialista de inspiración feuerbachiana marxista cuya crítica, dicho sea de paso, paradójicamente ya está anticipada en Hegel, ni tampoco el ensueño de un humanismo ebrio de subjetividad, al modo romántico, que también fue objeto del acerado criticismo hegeliano. Por decirlo de un modo sumario, espíritu significa la unidad de tres dimensiones fundamentales, características de la modernidad: 1ª) la realización de la libertad en el mundo, en cuanto mundo de y para el hombre, por obra de la intersubjetividad que trabaja, actúa y dialoga; 2ª) la fundación de la comunidad racional del acuerdo y el reconocimiento recíproco y 3ª) la instauración de los derechos y las libertades modernas en la eticidad del Estado. Obviamente, ha quebrado la unidad sistémica de estas tres grandes líneas, según la concibió Hegel, pero sigue abierta la dinámica histórica de su sentido, en el nuevo contexto de un pensamiento postmetafísico.
Decía Maurice Merleau-Ponty que “dar una interpretación de Hegel es tomar posición sobre todos los problemas filosóficos, políticos y religiosos de nuestro tiempo” (Sens et non-sens). Eso era plena verdad en 1947, en la pleamar del marxismo europeo y ante la resaca del neopositivismo, dos movimientos antihegelianos, y frente al auge del existencialismo como la sacudida del pensamiento romántico, al que tan ásperamente había criticado Hegel. Pero no es menos verdad hoy, cuando la Fenomenología hermenéutica (Heidegger/Gadamer) y el Pensamiento crítico (Habermas y Apel) intentan llevar a cabo una reforma de la filosofía sobre la base, respectivamente, del dialogismo, inspirador de toda dialéctica abierta, y la pragmática trascendental de la acción comunicativa. Un lector avisado podrá entrever lo que perdura del espíritu hegeliano en esta empresa, aun cuando ya sin el aura de su consagración metafísica.


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Los diversos estudios recogidos en este volumen bajo el título Hegel y el reino del espíritu se polarizan en el núcleo central del pensamiento especulativo de Hegel, donde se integra la doble tradición filosófica del sustancialismo griego y la subjetividad moderna, mediadas por el cristianismo de la Reforma. Hegel representa, pues, el lugar de consumación de la historia de la metafísica occidental, cerrando la línea axial de desarrollo AristótelesLeibnizidealismo alemán, al acuñar de modo definitivo la relación ontológica del fundamento la “ontoteología”, como la ha llamado Heidegger, donde se lleva a cabo la reconciliación en el tiempo entre lo infinito y lo finito. El nombre propio de esta enorme empresa intelectual es precisamente reino del espíritu. La palabra “espíritu” nos resulta hoy devaluada, tanto por su abuso retórico en contextos idealistas como por la actitud desdeñosa de casi dos siglos de materialismo, positivismo y utilitarismo, fundidos con frecuencia en una política pragmática de la eficiencia. Pero el espíritu no es una abstracción exangüe, como ha pretendido hacernos creer la filosofía materialista de inspiración feuerbachiana marxista cuya crítica, dicho sea de paso, paradójicamente ya está anticipada en Hegel, ni tampoco el ensueño de un humanismo ebrio de subjetividad, al modo romántico, que también fue objeto del acerado criticismo hegeliano. Por decirlo de un modo sumario, espíritu significa la unidad de tres dimensiones fundamentales, características de la modernidad: 1ª) la realización de la libertad en el mundo, en cuanto mundo de y para el hombre, por obra de la intersubjetividad que trabaja, actúa y dialoga; 2ª) la fundación de la comunidad racional del acuerdo y el reconocimiento recíproco y 3ª) la instauración de los derechos y las libertades modernas en la eticidad del Estado. Obviamente, ha quebrado la unidad sistémica de estas tres grandes líneas, según la concibió Hegel, pero sigue abierta la dinámica histórica de su sentido, en el nuevo contexto de un pensamiento postmetafísico.
Decía Maurice Merleau-Ponty que “dar una interpretación de Hegel es tomar posición sobre todos los problemas filosóficos, políticos y religiosos de nuestro tiempo” (Sens et non-sens). Eso era plena verdad en 1947, en la pleamar del marxismo europeo y ante la resaca del neopositivismo, dos movimientos antihegelianos, y frente al auge del existencialismo como la sacudida del pensamiento romántico, al que tan ásperamente había criticado Hegel. Pero no es menos verdad hoy, cuando la Fenomenología hermenéutica (Heidegger/Gadamer) y el Pensamiento crítico (Habermas y Apel) intentan llevar a cabo una reforma de la filosofía sobre la base, respectivamente, del dialogismo, inspirador de toda dialéctica abierta, y la pragmática trascendental de la acción comunicativa. Un lector avisado podrá entrever lo que perdura del espíritu hegeliano en esta empresa, aun cuando ya sin el aura de su consagración metafísica.


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